martes, 21 de octubre de 2014

B. Nuestros clásicos primigenios





             ARISTÓTELES sabía que la mera dependencia física no basta para fundamentar un todo social.. Como él  mismo dice expresamente, es propia del todo social cierta  comunidad de bienes. Los hombres al darse cuenta y por el sentido común de que cada uno siente por sí la misma dependencia del prójimo, y que todos y cada uno se  afanan por el mismo objeto final, comprenden y comprendemos la necesidad de la recíproca prestación de auxilio, ayuda, asistencia, protección, amparo y apoyo, acogida, compañía… Tal vez sea esto en lo cual radique ese conato social. Esta recíproca prestación, asistencia, auxilio de ayuda tienen un primer principio en el  círculo familiar, para satisfacer las necesidades fundamentales de la vida Y  cuanto más se eleven las exigencias, es decir, cuanto más se afana el hombre  el hombre por configurar  perfectamente su vida, tanto más he de necesitar estar vinculado perfectamente: en primer lugar, a nivel local, en la comunidad local y finalmente en el Estado. Por eso la inclinación social es una predisposición natural hacia la formación de Estado, en los diversos pueblos. Aristóteles no ve más que la consecuencia de la razón humana de superar, mediante la cooperación en comunidad, la limitación física que padece el individuo aislado.
            En esta interpretación que expone Aristóteles de la inclinación social del hombre, lo decisivo no es el instinto, sino el conocimiento de la misma orientación final y de la misma necesidad de ayuda respecto a este fin A causa de este conocimiento, los hombres fundan la comunidad. Por eso es el hombre el primero que creó el estado, el iniciador de los bienes comunes pequeños y máximos.
            Pero, no obstante, ya tuvo la visión de que todo esto era una entelequia ontológica, esto es, en la finalidad óntica, es decir, que sería una utopía. Se  hace evidente la relación con la moral en el supuesto de que la consecución del fin último de la persona humana no se afirma meramente en el sentido de una finalidad esencial, esto es, no sólo en el sentido de la entelequia óptica, sino que a la vez está encomendado también por una autoridad moral. Es precisamente entonces, y no antes, cuando la naturaleza social empieza a entrar en el ámbito de la finalidad ética.
            Ni que decir que a causa de todo ello, el contenido ético de la naturaleza no es propiamente visible. No obstante, Tomás de Aquino, con su teoría de la fundamentación de todas las leyes, y sobre todo el derecho natural en la ley de Dios; (Lex aeterna), ha dado mayor profundidad, en este aspecto, a la ética aristotélica. Siguiendo en este punto la doctrina agustiniana de la lex aeterna.
            Lo que impulsa a la creación de la comunidad no es sólo la tendencia, en cierto modo egoista, de utilizar al prójimo en provecho propio con el intento de alcanzar el fin último de la propia vida para superar así la limitación  y diferencia de la persona aislada, sino que es también el impulso que acerca al hombre a su prójimo.
            Aristóteles considera la lengua como el indicio más evidente de este carácter comunicativo, que se revela no menos claramente en la necesidad que de la amistad siente el hombre. Consagró toda su atención al estudio de la amistad en sus libroa de Éteca. Ese gran impulso hacia la amistad, lo que se pone de manifiesto no es el sentimiento de someter al prójimo al propio servicio, sino más bien la necesidad de realizar, en comunidad con él, un  mismo ideal de vida de amor en común. Por esta razón es justamente la amistad desinteresada la más valiosa. Y Aristóteles ve en este impulso hacia la amistad  algo típicamente  natural. La amistad es deseable como máximo bien, incluso para aquel que posee en cumplida abundancia toda clase de bines y que, en cierto sentido, se basta a sí mismo.
            naturaleza procede de una manera racional, por tanto, reflexivamente, en la prosecución de los bienes. Todo ello nos lleva a afirmar que la razón es el don más excelso que la naturaleza ha concedido al hombre.
            El hombre es consciente de que no sólo necesita la instrucción recibida de su prójimo, sino que precisa también aliento y estímulo para el bien. La comunidad de las ideas e ideales  supremos, a saber, los del bien y de la justo, son causa de la formación de la familia y del estado. Precisamente este pensamiento demuestra que Aristóteles no ve la inclinación social del hombre únicamente como instinto común de la especie, sino que la arraiga profundamente en el conocimiento personal, a partir del cual los mismos ideales e ideas fomentan la comunidad.

            Ciertamente todo aquello que es adecuado naturalmente a un ser, es lo que resulta necesario, pues como dice nuestro Ancestro” la naturaleza no falla en las cosas necesarias, y jamás hace nada en vano.”
            Nosotros como hombre solitarios no podríamos sobrevivir. No alcanzaríamos las perfecciones logradas. Es mejor vivir la auténtica sociedad. Cuanto más social, más perfecto el hombre como persona. Creo yo que llegados a estas alturas del siglo XXI nadie puede esgrimir que se basta `por sí mismo, sino más que nunca nos basamos en los demás, los otros, y en la protección divina en la vida de los humanos.
            Esto ya estaba enraizado en nuestros antepasados Platón y Aristóteles que hablaban y enseñaban del participación divina directa n la vida de los humanos y no digamos de nuestros agustines y tomases.
            Todos necesitamos de los amigos, aún alcanzando la bienaventuranza, dice Tomás.
            Defiendo la vida en común-social aún después que el humano haya logrado su perfección; porque  creo que la vida en común-social es un estilo de vida indiscutible; ya que el hombre es por naturaleza un animal político, es decir, social y que nunca ha dejado de ser apto para la vida social. Es difícil bastarse de las cosas necesarias para la vida. Luego, somos un tanto indiferentes sin los otros. No obstante, nuestra

Y así, cada uno debiera impulsar al otro hacia el bien, comunicándole su conocimiento y vocación en la tarea de alcanzar el máximo bien, a saber. Dios, el Creador; y como instrumento típico de semejante intercambio espiritual sirve el idioma que hablamos, que , a su vez, constituye un argumento propio para explicar la naturaleza social del hombre. En ello estamos si nos implicamos.
            Toda esta doctrina aquiniana incluye al hombre, hasta en lo más remoto de la vida espiritual, en la sociedad, por lo menos  desde el punto de vista de que la sociedad es el único camino que lleva al individuo humano a las cumbres últimas: Todas las virtudes están implicadas.
            Al elemento racional corresponde ahora otro que pertenece a la esfera emocional  d e la naturaleza humana. Este impulsa al hombre , incluso espontáneamente, a más reflexión, a practicar la vida social con otros. La esfera emocional pone  su propia orientación, hacia la vida común, es decir, la sociedad.  Todo fallo por el carácter apacible del hombre, puesto que un carácter pendenciero no desciende de la naturaleza, sino que se deriva de una predisposición hereditaria alterada. En el mismo dominio emocional finalmente, la esencia filantrópica del hombre, esto es, el hecho de que un hombre considere al  otro como amigo, y también le ayude  por impulso en cierto modo instintivo, aún conociendo su calidad de extraño, y así mismo procure apartarlo del camino equivocado y le dispense su auxilio en caso de infortunio. El que pierde este afecto humano primario desciende a niveles de la animalia; por consiguiente pierde todo comportamiento emocionalmente humano.
            El instinto social no es más que un signote la auténtica predisposición social, la racional esto es, de la exigencia racional de asistencia recíproca. Lo que rige no es más que predisposición natural del hombre hacia el bien. Es una inclinación al bien en cuanto corresponde a la naturaleza de la razón propia del hombre.
            En este aspecto no parecerá extraño que Aquino asocie la inclinación al conocimiento de Dios con la predisposición a vivir en sociedad. Precisamente él eleva la entelequia aristotélica según la cual el hombre necesita por naturaleza la sociedad para conseguir en fin a un plano típicamente ético. Corresponde a las ideas de Santo Tomás de Aquino interpretar la razón humana como una participación de la providencia  divina, y con ello de la razón imperativa de Dios y mientras que las restantes entidades del cosmos, son guiadas por Dios, al hombre se le ha otorgado con la razón la capacidad de regirse a sí mismo como individuo y como persona.
            En sentido ético, existe una ley natural, en contraposición a la ley natural  con el mundo físico y externo, y del conocimiento racional del hombre de que no podrá llegar a ser perfecto sin la sociedad; se transformará en la afirmación de la existencia de una ley eterna, que obliga a todos los hombres. Y esta ley no sólo posee un carácter moral personal, sino a la vez social, esto es, un principio de organización para la multitud a ella sometida. Todos debiéramos inferir, colegir  de esta conclusión partiendo de la idea de que toda ley debería constituirse en BIEN COMÚN.
            Por tanto, debemos buscar la concordia con los con los otros. Esto nos llevará a la reflexión de que el hombre conlleva unos preceptos constitutivos con lo cual la ley divina es promulgada para confirmación en la ley natural, todo lo cual nos lleva a pensar que otras obligaciones adicionales nos están exigiendo, como el deber de la felicidad, de la benevolencia, de la alegría… pues nadie puede pasar un solo día  con un triste-pesimista. ¡Ha de haber alegría saturada!